*Para las mujeres amorosas que me han compartido su amor por la escritura.

No nací bruja. Ni sé sobre ellas. Pero tengo un encargo que cubrir unos días antes de la siguiente noche de luna azul en Tauro: el pergamino que llegó a mi muro con el reto dice que deberé ser bruja de agua, bruja líquida. También borroso se leía de acuerdo a mi signo zodiacal “posee la sabiduría de sanar con plantas”, pero mi rebeldía me arrastra a la casa zodiacal opuesta, que me otorga, entonces, el poder de ser alquimista de energías y sueños. Sí, porque mi oficio es más bien la alquimia, la producción a mayor o menor escala de pócimas y menjurjes varios desde mi cotidiana cocina.

Hace tiempo cocinaba letras. Ahora estoy en búsqueda de la magia de la palabra que perdí, y me temo que quizá soy la voz de muchas, de todas y ninguna, en pos de un hechizo permanente que nos haga escribir.

Me sumerjo en libros infantiles en busca de la magia, de la alquimia, pero solo encuentro las tiritimoras y tubértifas de Margaret, que no hacen eco. Desesperada, como flâneuse salgo al camellón cuyo camino rojo y mullido para corredores es un sendero lleno de árboles y plantas. Transito en él buscando liberadoras flores violetas de primavera, pero no las encuentro. Deambulo en busca de sensaciones que me inunden. Busco articular mis subjetividades. Busco un poder liberador. Nadie me acompaña en el camino. No pasa ningún vehículo sobre la avenida.

Mientras paseo reflexiono: hoy habito en el barrio del “no-me-hallo”. Si en algún momento de mi historia fui bruja fluida, lo olvidé. Recuerdo más bien que yo era perfumista, perfumista de letras. Una humilde artífice de la palabra, pero ahora intento e intento escribir, y no me sale. Escribo a jirones.

En mis sueños me jalan y me tocan seres oscuros. La búsqueda de la palabra es para curar mi historia con magia pura. Estoy buscando el hechizo de la palabra que perdí, que me quitaron, que me arrebataron las voces graves de la terrible crítica. La letra que perdí ante el ataque de clamores gruesos por mi mala escritura. Se rieron en mi cara y me escupieron.

De pronto, en el camino, me sucede algo como cuando encuentras lo sobrenatural en tu jardín en medio de tanta falta de color: llueve almizcle. Resulta un camino almizclero. Notas de almizcle. Perfumería y cosmética extraídas de buey y ciervo. Composiciones fragantes. El almizcle se obtiene por síntesis en el laboratorio. Hay sustancias almizcleras. Sustancias almizcladas. Almizcles blancos. Otra vez divago. Debo concentrarme. El almizcle es un olor complejo, contradictorio como yo. Se describe con un matiz casi animal, toque sensual, afrodisiaco; con una naturaleza viva y oscilante, siempre en contraste. En contraste con ¿qué? Será que toda la esencia almezlclada me ayudará a escribir. ¿Encontraré la mágica esencia  en la tienda on line de perfumes baratos?.

Regreso exhausta. Deseo que durante el sueño retorne a mí la palabra.

Cuando despierto. Nada ha pasado. Nada ha cambiado. Estoy a la caza de la agencia del discurso y su poder: liberador, subversivo, desobediente. Me sumerjo de nuevo en la misma búsqueda frenética. Acudo al sendero que ahora es amarillo. En medio del camino me rodean voces y figuras. Otras mujeres me acompañan. Los seres oscuros se convirtieron en amorosos seres de luz.

Fuimos hechiceras. Fuimos alquimistas, perfumistas, cocineras. Llueve luna. Luna sobrenatural. Cada una decimos nuestro nombre. Venimos al encuentro del poder de la palabra:

 -Busco a las guardianas de saberes ancestrales que custodian los secretos del uso de las letras- dije tan fuerte como pude.

Soy una hechicera moderna. Escondida. Disfrazada. Soy alquimista de energías y sueños, la encargada de liberar voz y pluma. Yo soy la bruja.

A cada una, la hechicera se le presenta como se la imagina. Yo soy la humilde hacedora de  hechizos que nos acercan a escribir. Todas somos guardianas de oficios ancestrales. Todas somos hechiceras.

Por: anilu zavala alonso

Un comentario en «Alquimista de sueños»

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