Por. Gilda Melgar
En el Día del libro, confieso que he leído.
De niña, era una tarea impuesta por mi padre, gracias a él conocí a los clásicos desde temprana edad. Entonces, me fascinaron La Cabaña del Tío Tom y Las aventuras de Huckleberry Finn.
Lo que en la infancia empezó como un deber, en la adolescencia se tornó en pasatiempo y refugio favorito de mis tardes. Fue la etapa en que descubrí al mágico de García Márquez y me divertí con el humor ácido de Jorge Ibargüengoitia. Segurito que a él le debo gran parte del sarcasmo que me caracteriza.
Los libros que había en el estudio de mis padres, los libros que me hicieron leer, los que yo elegí y el contexto mismo en que crecí, me llevaron de manera muy obvia a estudiar la carrera de bibliotecología y aunque la ejercí muy poco tiempo, de esa experiencia adquirí destrezas y saberes que valoro y hasta el día de hoy me hacen ser una lectora más comprensiva.
En mi primera juventud, seguí devorando a los clásicos. Guardo un recuerdo memorable de Al este del edén y Un puente sobre el Drina, tanto así que llamé a mi hijo menor igual que al autor serbio de esta hermosa y dolorosa historia.
Fue justo en esa década que se dio el boom de las autoras mexicanas, a quienes obviamente leí y disfruté con la dicha de vislumbrar una nueva era para la escritura femenina: Mastretta, Sefchovich, Esquivel, Loaeza y Serrano. Todas ellas fueron denostadas en su momento y categorizadas como escritoras ligth obviamente desde la mirada masculina. A mí me regalaron más que una noche agradable de lectura porque sus historias fueron un referente para resignificar mi propia vida y pavimento para la ola contemporánea encarnada hoy por Nettel, Rivera Garza y Luiselli, a quienes también he leído con admiración y aplausos.
La llegada del Internet a finales de los 90 y mi primera maternidad sucedieron simultáneamente, por lo que mi tiempo para gozar de las novelas disminuyó considerablemente, pero a cambio, me volví fan de los artículos periodísticos y las entrevistas en publicaciones como Vanity fair, el New Yorker o de periódicos como El país y Reforma. Fui fan de Dehesa, Loaeza y hasta de la sección del inolvidable Lamont en el Excélsior.
Durante la pandemia me volví adicta a la sección de Modern Love del New York Times. Qué historias tan maravillosas sobre el amor en el siglo XXI. Ahora mismo estoy obsesionada con los artículos de la bella Stella del Carmen Banderas (sí, la hija de Antonio y Melanie) en la edición hispana del Vanity.
Incluso me apunté a un taller de creación literaria. Por primera vez en la vida me coloqué del otro del otro. Alguien tuvo que leer mis cuentos y criticarlos para bien o para mal. Gracias a esa experiencia estoy segura de que la frase que reza “quien no lee no sabe escribir” es muy cierta.
Si tuviera que elegir sólo a tres de mis autores favoritos de todos los tiempos, indudablemente me quedaría con Sándor Márai, Alessandro Baricco y Haruki Murakami. Un húngaro, un italiano y un japonés. He leído casi toda su obra y podría leerlos una y otra vez, encontrando siempre algo nuevo en cada una de sus letras. Mis novelas favoritas: La mujer justa, Mr. Gwyn y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.
Sin embargo, confieso que he leído y releído a La mujer justa de Marai casi como se leen los pasajes de la Biblia o los oráculos del I Ching. No importa en qué hoja te abra, siempre tienes un consejo para mí. La primera vez que te tuve en mis manos, sentí que pasar tus hojas era como tener una cita diaria con mi terapeuta.
Me enseñaste que las acciones de los demás hacia nosotros casi nunca tienen nada que ver con nuestra persona porque sólo son un reflejo de sus anhelos y miedos más íntimos.
En el Día del libro, confieso que he leído y agradezco a cada uno de los autores y autoras que han tocado mi alma a lo largo de mis días y les pido que sigan iluminando nuestra oscuridad.
Texto publicado en http://mujeresmas.mx
Se reproduce con permiso de la autora